El Sueño Chileno
1July 6, 2018 by Carlos Jovel
A mediados de los noventas, un niño salvadoreño leyó en un suplemento dominical, una entrevista a un empresario chileno en la que contaba cómo junto a un brasilero y un salvadoreño (The Three Amigos), habían puesto a Airbus la que a la fecha sería la orden de aviones más grande en la historia de la aviación mundial. Chile era solo un país pequeño, y unir América Latina y hacer desde acá y con talento local, cosas que trascendieran al mundo, sin duda era una aventura imprudente, una quijotada. Este empresario optimista y temerario –y por supuesto ese niño- parecían no entenderlo. Hoy, 25 años después, el empresario lidera la aerolínea más grande de América Latina y una de las más valiosas del mundo, y el niño de la historia cierra su ciclo en esta empresa (llevándose consigo el palmarés de haber trabajado para las tres compañías aéreas involucradas en el histórico acuerdo).

La Cordillera de Los Andes. Vista desde Santiago, Chile
Llegué a Chile hace poco más de ocho años. Con mi esposa y un hijo. A diferencia de los chilenos – nacieron aquí- yo llegué por voluntad propia. Era –en aquel momento- un acuerdo tácito, sutil: yo traía mi sentido de aventura y mis ganas de ser útil en la vida, y Chile nos daba a cambio su protección a la vida (es el país más seguro de América Latina), a la libertad, a la propiedad. Su Estado de Derecho, pues. Tres mundiales después y atormentado por el agradecimiento, al hasta pronto lo nublan las emociones.
Con los años, aprendí que lo único realmente frío en Chile es el invierno. Que la cercanía y el cariño, como todo lo que es genuino, comienza por el respeto –a la ley, a las costumbres, a las formas- y la cotidianeidad, y que el tiempo se encarga de achicar las diferencias. Que el corazón es un músculo que crece, y que –contra uno de mis paradigmas más arraigados- uno puede amar –y mucho- a más de un país. Que uno a veces se da cuenta cuánto ama de manera dolorosa, con un abrazo lagrimero padre-hijo, luego de un error de Carepato que resultó en gol en contra, o en la eliminación a un mundial. Aprendí que el rocket chileno –que es ejemplo mundial- trae los desafíos propios del éxito.

El gráfico del “Rocket” o el milagro Chileno (gráfico cortesía de http://www.josepinera.org)
Y que en medio de estos, los chilenos son generosos, al punto que en la última década les pintamos el país de colores, olores, sabores y acentos, y con curiosidad y pudor pasaron rápidamente de aceptarnos a apreciarnos. La siguiente generación –muy igualitaria de acuerdo al Gini- verá esta pintoresquería como la normalidad de la vida, y eso es bueno. Esta noble curiosidad chilena por el de afuera es muy fácil entenderla en la estación del metro Pedrero, cuando los aficionados de Colo Colo le preguntan –cagados de risa- a tu hijo si está seguro de ser colocolino, pues por rucio, le tocaría ser de católica (así, en minúscula).
En Chile, si naces en Chile, eres chileno. Esta obviedad, para mí no lo era, hasta que escuché a una de mis dos hijas chilenas explicarle a una amiga “es que mis papás y mi hermano son de El Salvador”, o gritar “¡Chile!” en un matrimonio en Cali, Colombia en el que el DJ citaba a las nacionalidades presentes. Así mismo, y de forma contra intuitiva, es justo decir que si eres perro y naciste en Chile de campeones chilenos, no importan los pedigríes que tengas, resulta que tomas la nacionalidad de tu amo: solo así se entiende la vocación del buen Hank de moverle la cola a medio mundo, comerse o asumir las culpas voluntariamente de la caca que dejan otros de su especie y no atinar cuando sus costumbres se vuelven incómodas y requieren algún ajuste.
Chile pues –y los chilenos no lo saben- es más que un país. Chile es una idea. La idea de las posibilidades. La idea de que, un niño cualquiera de El Salvador (o Haití, Venezuela, Colombia, España, Alemania, Argentina, Brasil, da lo mismo), puede llegar vestido de adulto a perseguir sus sueños, crecer la familia, y encontrar jefes, colegas, asistentes, abogados, ingenieros, apoderados del colegio, recomendados, que se vuelven amigos y que conspiran inconsciente o conscientemente para que estos sueños –sus sueños- se cumplan. Y cuando esto sucede y de manera sorpresiva, ese niño puede irse por donde vino, llevándose a esta idea, a estos amigos que son Chile en el corazón, con un agradecimiento infinito, la sensación de haber intentado hacerlo lo mejor que se pudo, la satisfacción del deber cumplido y esa mezcla de miedo y curiosidad por la siguiente aventura en el interminable regreso a Ítaca.
Que te puedo decir. Siempre dije Chile me encanta y hay que ser agradecido con quien te da la mano. Dios contigo abriendo paso pero siempre es válido regresar adonde se sembró raíz. Aquí esperándote con todo amor. Tu mama
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