La ilusión después del despecho (sobre Roque, el exilio y el regreso del optimismo)

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December 8, 2014 by Carlos Jovel

Del compilado “Taberna y otros lugares” de Roque Dalton  (1969)

El Gran Despecho

País mío no existes,

solo eres una mala silueta mía,

una palabra que le creí al enemigo.

Antes creía que solamente eras muy chico,

que no alcanzabas a tener de una vez,

Norte y Sur,

pero ahora sé que no existes,

y que además parece que nadie te necesita,

no se oye hablar a ninguna madre de ti.

Ello me alegra,

porque prueba que me inventé un país,

aunque me deba entonces a los manicomios.

Soy pues un diosecillo a tu costa.

(Quiero decir: por expatriado yo

tú eres ex patria)

Así sufría Roque Dalton, el más universal de los poetas salvadoreños, la impotencia de ver desde lejos desangrarse al país que amaba. Y descargaba su rabia contra este. La locura en su país era tal que en dos ocasiones diferentes se había salvado de ser fusilado: un golpe de estado y un terremoto le evitaron la tragedia de morir a manos del gobierno, su enemigo. El poeta no tuvo la misma suerte cuando se trató de sus compañeros de lucha: lo mataron a sangre fría.

Roque Dalton (Julio Dreyfus)Roque defendía las ideas equivocadas –la historia lo demostró- en un lugar donde estaba prohibido disentir con el gobierno. Sospecho que como Vargas Llosa, Ampuero y otros grandes de Latinoamérica, sus ideas habrían emigrado más temprano que tarde hacia la sensatez de ideas liberadas de redentores y de paraísos en la tierra. Roque –me aventuro a pensar- habría sido cautivado por la evidencia y se habría enamorado al punto de defender la grandeza de ideas más pedestres, ideas que simplemente postulan que a través de la libertad que nos obliga a hacernos responsables de nuestros propios actos y del estado de derecho que nos protege de colectivos redentores, el mundo se convierte en un lugar mejor y más vivible, además de un poco más solidario y humano.

Volviendo a los reclamos de Roque, ¿qué le movía a escribir sobre El Salvador estando fuera? Creo entender al poeta. Nadie deja El Salvador pensando en nunca volver, peor aún, entre más lejos uno está, más salvadoreño se vuelve: incluso gramaticalmente. La nacionalidad se vuelve sin lugar a dudas la principal característica personal del extranjero, a veces nombre (¡Salvadoreño¡), otras veces adjetivo (“el salvadoreño”) y algunas otras adverbio (“a la salvadoreña”) por mencionar algunas variaciones. Solo el que ha estado fuera entiende lo que es extrañar el calor de su tierra y necesitarlo cada día. No es cliché, ni sentimentalismo.

¿A propósito de qué vienen estas ideas? A cuenta que van casi seis meses desde que decidí hacer una pausa y dejé de comentar a través de este blog la realidad de El Salvador. Son casi seis meses también desde que, sin darme cuenta y lleno de negativismo, pasé de recomendar entusiásticamente a mis amigos de fuera que visiten El Salvador, a advertirles que no es un lugar donde extranjeros desinformados deberían vacacionar. ¿Qué pasó?

La serenidad de leer las noticias diariamente desde tan lejos, estaba logrando que la realidad me desencantara del país que amo, del país posible, al que vamos a volver. La corrupción de los poderosos de siempre, que con la excusa de defender principios engordan su billetera mientras sus leyes y gestión hunden nuestra economía; las historias de extorsión a pequeños emprendedores que habiendo invertido todos sus ahorros en un sueño se ven obligados a cerrar a solo semanas de haber iniciado su negocio; las muertes contadas por decenas, diariamente, a veces  acompañada de niños rogando por su vida a los verdugos de sus padres; es decir, la realidad, me había sobrepasado. El Salvador había dejado de ser para mí ese país verde en que la gente sonríe y que añoran mis hijos. Se había vestido de negro realidad.

Por mucho que los redentores nos inviten a que “hablemos bien de El Salvador”, la realidad es implacable: las cosas no están bien. Desde el 2008 que salí, he tenido la suerte de volver al menos dos veces al año a El Salvador y he sido testigo del escandaloso deterioro en infraestructura, servicios y optimismo de los salvadoreños. Muy pocas personas dicen estar mejor  y más optimistas del futuro que hace 5 años, esto es, en esencia, el termómetro más simple de progreso. Si esto no le convence, basta elegir cualquier indicador económico o social (¡el que sea!) y será fácil demostrarle que estamos peor, en el campo que elija.

Volcán Chinchontepeq

Volcán Chinchontepeq

Estando tan jodidos, ¿no hay razones para ser optimistas? Si las hay. Bastó que públicamente dijera que “como turista no había que viajar a El Salvador”, para que un ejército de salvadoreños de bien me reclamara, individualmente y con respeto mis dichos. Cada uno, a su forma, me contó como el país tenía sentido, cómo los buenos éramos más y como a pesar de la incapacidad gubernamental y el ambiente de tensión, hacía sentido embarcarse en proyectos y buscar progresar allí. Hablaban –les dije- desde la ceguera del día a día y del amor, desde la irracionalidad del que se aferra a algo que dejó de ser. Fue entonces que me cayó el centavo: si había tanto talentoso, irreverente, inmune a la realidad; si había tanto loco como para estar dispuesto a ponerlo todo (inversiones, tiempo, su vida) por darle vuelta al país, entonces los políticos de siempre y los pandilleros la tendrían difícil para jodernos la patria.

Sospecho que el 2015 será un año brillante para El Salvador. Los buenos somos más y tradicionalmente hemos hablado desde el heroísmo del silencio. Es hora de organizarse y gritar que no estamos dispuestos a tolerar más la mediocridad, el crimen y la corrupción. Si usted lee esto, busque una organización de la sociedad civil afín a sus ideas y afíliese. De este lado del blog -y del planeta- volvimos al equipo de los irracionales.

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